domingo, 30 de diciembre de 2007

LAS RAÍCES DE LA SALSA: EL SON
La música latina, entendiendo como tal la que procede del Caribe de habla española, es resultado de la combinación de los ritmos llegados del continente africano y el idioma que aportaron los conquistadores desde el siglo XVI. La base de los ritmos populares latinos se encuentra en la música cubana, en estilos como el guaguancó, una modalidad de rumba, el bolero, y, especialmente, el son.
El son, un género musical bailable, combina ritmos de tambor con coplas y décimas, sonoridades y entonaciones que evidencian su doble procedencia, africana y española, y constituyen la mejor prueba de un fructífero mestizaje. En cuanto a su instrumentación, la gama es bastante amplia; el tres -guitarra de tres cuerdas dobles de acero que emite un peculiar sonido metálico- o la guitarra pueden ir acompañados de güiro, bongó o marímbula -luego contrabajo-, además de claves, maracas y trompeta; en todo caso, los grupos llegan a alcanzar enorme complejidad. El güiro, probablemente originario de la música bantú, aunque pudo ser utilizado por las poblaciones amerindias, es un instrumento elaborado a partir de la corteza del fruto de la güira. De forma alargada, puede alcanzar entre 30 y 50 cm de longitud y 10 de diámetro. Se sostiene con la mano izquierda, introduciendo los dedos por los agujeros que se practican en su parte dorsal. Por delante tiene una serie de surcos paralelos y equidistantes entre sí, dispuestos en sentido transversal al eje, que se frotan rápidamente con una varilla para producir un sonido que acompaña y da relieve al ritmo. El bongó está formado por dos tambores de pequeño tamaño, muy similares entre sí, unidos por una pieza de madera. Se sujeta entre las piernas y se golpea con las yemas de los dedos y las palmas. De raíz africana, alcanzó popularidad en La Habana, procedente de Oriente. También de origen africano, la marímbula está constituida por un cajón en el que se practica una abertura sobre la que se disponen varillas de acero unidas por el centro; los extremos quedan sueltos y levantados, de modo que al ser pulsados emiten vibraciones. El ejecutante se sienta sobre el cajón. Las claves son el instrumento típicamente habanero. Está formado por dos palos redondos de madera sonora y dura y se ejecuta percutiendo uno, el macho, sobre el otro, denominado hembra. Este último ha de sostenerse suavemente entre los dedos y la palma de la mano izquierda, formando así una caja de resonancia.
Uno de los rasgos esenciales del son cubano es la multiplicidad de ritmos. Tanto la guitarra como el contrabajo, que no son instrumentos de percusión, se incorporan al complejo percusional en función de la peculiar forma de ejecución de los soneros. El contrabajo es el instrumento que va definiendo la base rítmico-armónica del son. Denominado bajo anticipado, es la síntesis de la herencia del son primitivo, tal y como lo expresaban los pequeños grupos originales, las bungas orientales, integradas por cantantes que se acompañaban con el tres y la guitarra. Por lo que respecta a su estructura, el son repite un estribillo cantado a coro, de un máximo de cuatro compases -denominado en origen montuno-, y un elemento de contraste, de no más de ocho compases, destinado a una voz.
Música sintética de la identidad nacional, el son nació a finales del siglo XIX en el oriente de la isla, concretamente en los suburbios de ciudades como Guantánamo, Baracoa, Manzanillo o Santiago. A comienzos del siglo XX recorrió el camino hasta La Habana; los salones y teatros de la burguesía habanera se prepararon entonces para recibir el nuevo estilo, llegado a la capital gracias a la presencia de los soldados del Ejército Permanente, que en 1898 había logrado arrinconar a las tropas coloniales españolas. Sin embargo, inicialmente, el son fue el baile característico de los sectores más humildes de la sociedad, contó con el rechazo de las clases acomodadas y fue prohibido, incluso, por el gobierno, que lo consideraba inmoral.
Durante el primer cuarto del siglo XX, dos elementos contribuyeron de manera fundamental al florecimiento del son cubano. En 1910, el clarinetista y director de orquesta José Urfé (1879-1957) componía El bombín de Barreto, un danzón -género bailable en compás de 2/4, ejecutado de manera colectiva por parejas- que en su última parte llevaba incorporado un motivo de son. Formado fundamentalmente en La Habana, Urfé fue uno de los fundadores de la Orquesta Típica de Enrique Pena, uno de los conjuntos de viento más solicitados en los salones de baile de La Habana a comienzos de siglo. La aportación de elementos rítmicos del son al danzón resultó fundamental para la nueva definición del género.
En 1920 se fundaba el Sexteto Habanero, integrado en origen por Gerardo Martínez (canto y claves), Carlos Godínez (tres), Felipe Nery (maracas), Antonio Bacallao (botija, un instrumento de acompañamiento que sustituye rudimentariamente al contrabajo, elaborado con un sencillo recipiente de barro en el que se practica una abertura por donde se sopla), Guillermo Castillo (guitarra) y Óscar Sotolongo (bongó); en 1927 el conjunto se convertía en septeto, adoptando entonces el nombre de Septeto Nacional, tras el ingreso en la formación del trompetista Enrique Hernández, sustituido muy pronto por Félix Chapottín (1907-1983). A partir de Chapottín, sin duda el trompetista más célebre en el ámbito del son, cuyos solos destacan por su original estilo, la incorporación de la trompeta al septeto se convertiría en una fórmula plenamente generalizada. Los sextetos y septetos de La Habana instituyeron la forma clásica del son, ya evolucionado, en los años veinte.
De las numerosas variantes del son, algunas han alcanzado entidad propia, de manera que se han convertido en géneros prácticamente independientes. Pueden mencionars el ñongo, la bachata oriental, la guajira son, el son habanero, la guaracha son, el bolero son, el son guaguancó, el cha-cha-chá o el mambo.

LOS "CLÁSICOS" DEL SON
Entre los autores clásicos del género merecen citarse los nombres de Ignacio Piñeiro, Bienvenido Julián Gutiérrez, Arsenio Rodríguez o Faustino Oramas. Ignacio Piñeiro (1888-1969), que inició su formación musical en el ámbito de los coros infantiles, se interesó pronto por la herencia musical africana. Se incorporó a diversas formaciones, entre otras, el Sexteto Occidente, de María Teresa Vera, una de las principales voces de la canción trovadoresca cubana, con quien viajaría a Nueva York. Tras regresar a Cuba, Piñeiro fundó el Sexteto Nacional, más adelante septeto, con el que alcanzaría fama internacional. Prolífico creador, cultivó todas las modalidades del son. Bienvenido Julián Gutiérrez (1900-1966) compuso numerosas obras para sextetos de son; intuición y espontaneidad fueron dos de sus principales cualidades. El tresero Arsenio Rodríguez (1911-1971) se dio a conocer en La Habana de los años treinta, cuando se unió a los soneros de la capital, formando parte de diversos grupos. En 1940 fundó su propio conjunto, con el que se hizo muy popular en las salas de baile. El Ciego Maravilloso, nombre con el que era conocido en los ambientes musicales, se convertiría, con el tiempo, en el principal vínculo para el despegue comercial de la salsa en Nueva York. Por su parte, Faustino Oramas (nacido en 1911), conocido como el Guayabero, inició su actividad musical en emisoras de radio locales; compuso numerosos sones y, como trovador, recorrió el país cantando acompañado de su tres.
Asimismo, entre los conjuntos e intérpretes de son que impusieron el estilo, merece citarse, además del ya mencionado Sexteto Habanero, con Félix Chapottín, al cantante y guitarrista Antonio Fernández, popularmente conocido como Ñico Saquito (nacido en 1902), fundador del grupo Los Guaracheros de Oriente, que en los años cuarenta y cincuenta triunfó interpretando el son oriental por todo el continente americano. Junto a Ñico Saquito trabajó durante un tiempo Francisco Repilado (1907), maestro en la ejecución del cuatro, instrumento de cuerdas, que adoptó el nombre artístico de Compay Segundo. Puede citarse, igualmente, al compositor, guitarrista y cantante Carlos Puebla (1917), uno de los grandes animadores de La Bodeguita del Medio, el célebre local de La Habana que en los años sesenta era frecuentado por artistas y escritores. Finalmente, no ha de olvidarse la formación Sonora Matancera, fundada en 1924, grupo que abordó todos los géneros de música bailable cubana y que fue acompañante de numerosos vocalistas nacionales y extranjeros. Establecido en 1960 en Nueva York, el conjunto emprendió entonces una serie de giras, al tiempo que multiplicaba las grabaciones, que incluían un vasto repertorio de música caribeña. Su influencia en otras bandas latinoamericanas fue decisiva.

BENNY MORÉ
Figura cumbre de la música popular cubana, Maximiliano Bartolomé Moré Gutiérrez (1919-1963) se vio obligado a desempeñar diversos oficios durante su juventud, mientras cantaba, acompañado de su guitarra, en cafés y tabernas de La Habana, al modo de los trovadores. Tras ganar un concurso radiofónico destinado a descubrir nuevos talentos, actuó regularmente en la radio a partir de 1944. El año siguiente viajó a México con el Trío Matamoros, cuyo fundador, Miguel Matamoros, fue uno de los principales representantes del mundo de la trova cubana, autor de boleros y sones de fama internacional. Moré permaneció en México durante un tiempo, actuando con diversas orquestas y grabando discos, el primero de los cuales incluye el famoso tema "Me voy pal pueblo". Trabajó junto a Pérez Prado, conocido como "el rey del mambo". Tras su regreso definitivo a Cuba, en 1953, formó su propia orquesta, con la que habría de alcanzar enorme celebridad. Su estilo estuvo profundamente enraizado en la tradición del son y los trovadores. Compuso numerosos mambos e incorporó en sus creaciones elementos del swing combinados con los toques afros.

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